Cada vez que llegaba la hora de comida para el ratoncito, salía al campo, buscaba jugosas frutas y agua fresca del río. Después, se dedicaba a corretear por la llanura verde o a descansar bajo la luz de las estrellas. Todo era muy feliz para el pequeño ratón.
Una tarde, apareció su primo, el ratón de ciudad. El ratoncito le invitó a almorzar, y preparó una deliciosa sopa de coles. Pero su primo, acostumbrado a los manjares de la ciudad, escupió la sopa tan pronto la probó. “Qué sopa tan desagradable” exclamó.
Con el paso de los días, el ratoncito de la ciudad se cansó de estar en la casa de su primo, y decidió invitarlo a la suya para mostrarle que él vivía en mejores condiciones. El ratoncito del campo aceptó a regañadientes, y partieron rápidamente los dos animalitos.
Al llegar a la ciudad, el ratoncito de campo se sintió muy perturbado, pues allí no reinaba la paz que tanto había gozado en el campo. Los tumultos de las personas, el ruido de los carros y la suciedad de las calles, terminó por alterar a nuestro amiguito, que sólo pudo respirar tranquilo cuando estuvo dentro de la casita de su primo.
La casita era grande, llena de lujos y comodidades. Su primo de la ciudad poseía largas colecciones de queso, y una cama hecha con medias de seda. En la noche, el ratoncito de la ciudad preparó un banquete muy sabroso con jamones y dulces exquisitos, pero cuando se disponían a comer, aparecieron los bigotes de un enorme gato en las puertas de la casita.
Los ratones echaron a correr asustados por la puerta del fondo, pero su suerte fue peor, pues cayeron a los pies de una mujer que les propinó un fuerte golpe con la punta de su escoba. Tan dura fue la sacudida, que quedaron atontados en el medio de la calle.
El ratoncito del campo decidió entonces, que ya era hora de marcharse a su tranquila casita, pues había comprendido que no vale cambiar las cosas lujosas y las comodidades por la paz y la armonía de un hogar.
Versión 2: Cuento del ratón de campo y ratón de ciudad
Entre los árboles de un enorme bosque, vivió una vez un humilde ratoncito, que cada mañana se levantaba feliz a comer, saltar, jugar y hacer todo lo que quisiera. Aquel ratoncito era muy feliz porque tenía todo cuanto pudiese desear. Su casita estaba hecha de hojas secas y su cama era una cáscara de nuez. En las noches, el ratoncito conversaba con su amiga la lechuza y con los primeros rayos del Sol partía todos los días hacia el río para bañarse con sus amigos los peces.
Una tarde, arribó a la casa de nuestro amigo un ratoncito de la ciudad, engalanado con ropas de seda, sombreros de terciopelo y joyas de la más alta calidad. Al ver las condiciones en que vivía el ratoncito de campo, enseguida comenzó a burlarse de él, pero nuestro amigo no hizo caso de aquello, y gustosamente le preparó una merienda, mientras le invitaba a descansar dentro de la casita.
“Eres muy amable, amigo mío. Pero he sentido vergüenza al ver que nada de esto se compara con todas las comodidades que podrías tener en la ciudad. ¿Por qué no vienes conmigo y lo compruebas con tus propios ojos?”, preguntó el ratoncito de ciudad mientras devoraba la merienda de frutos secos y hojas verdes que le había preparado el ratoncito de campo.
Después de una larga charla, el ratoncito de campo accedió a visitar la ciudad de su nuevo amigo, y temprano en la mañana emprendieron el viaje. Luego de recorrer varias horas de camino, los viajantes arribaron por fin a la entrada de la ciudad, y tras avanzar unos kilómetros más terminaron sentados por fin en la casita del ratoncito de ciudad.
“¿Has visto cuánto lujo?”, preguntó el ratoncito de ciudad mientras su amigo observaba con detenimiento todas las joyas de aquella casita. Al cabo de un tiempo, y habiendo descansado un poco, los animalitos sintieron entonces que el hambre los atormentaba, por lo que decidieron salir en busca de comida.
Al llegar a una casa, los ratoncitos treparon por la ventana, y para su sorpresa, encontraron la mesa de la cocina repleta de manjares deliciosos. Carnes, dulces, vegetales, todo cuanto pudieran desear se encontraba en aquel lugar, pero la dicha duró poco para nuestros amigos, pues tan pronto como se disponían a dar el primer bocado, apareció de la nada un gato feroz.
Muertos de miedo, los ratoncitos echaron a correr con todas las fuerzas de sus patas, y cuando estuvieron a salvo, decidieron salir nuevamente en buscar de comida. Varias horas después, el ratoncito de ciudad dio con otra casa, e invitó al ratoncito de campo a colarse por la rendija de la puerta, para luego saltar hasta la mesa donde le esperaba un delicioso banquete.
Embelesados de tanta comida, los ratoncitos no se dieron cuenta que una señora los vigilaba sigilosamente detrás de las cortinas, y tan grande fue el susto que se llevaron, que de un golpe terminaron en la calle, hambrientos, asustados y tristes. “No te preocupes, amigo. Ya encontraremos un lugar donde podamos comer algo”, insistía el ratoncito de ciudad tratando de consolar a su compañero.
Nuevamente, anduvieron por un rato los ratoncitos hasta que por fin, encontraron un lugar repleto de comida. Se trataba de un restaurante de lujo, y con mucho cuidado, los dos animalitos se escurrieron entre las mesas hasta llegar a una que estaba repleta de manjares suculentos. Sin tiempo que perder, los ratoncitos se dispusieron a devorar todos los platos de la mesa, aunque desafortunadamente, el cocinero ya los había visto desde el momento en que entraron por la puerta.
Acercándose con cuidado, el cocinero estrelló contra la mesa su cuchillo, pero afortunadamente, el ratón de ciudad logró esquivar el golpe a tiempo. Alertados del peligro, los dos ratoncitos no tuvieron otro remedio que huir de aquel lugar a toda velocidad, y cuando se encontraron a salvo en la calle, el ratoncito de campo le dijo a su amigo:
– No lo tomes a mal, querido compañero. Cierto es que vives rodeado de lujos y cosas muy buenas, pero la ciudad no es para mí. Yo no podría vivir jamás en un lugar tan agitado y peligroso, y la verdad, prefiero mil veces mi humilde y pequeña casita en el campo antes que vivir nervioso todo el tiempo y temeroso por mi vida. A veces, es mejor disfrutar de la vida feliz y con poco, que contar con grandes comodidades y vivir asustado todo el tiempo.
Y así fue cómo el ratoncito de campo jamás volvió a saber de su amigo en la ciudad, y cada día de su vida lo pasó entonces en su humilde pero tranquila casita, feliz de la vida que había escogido para él.
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